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ISSN 1989-4163

NUMERO 87 - NOVIEMBRE 2017

Lecturas Inactuales XIII: El Golpe de Estado de Guadalupe Limón

Luis Arturo Hernández

  UNA TIRANA DE BANDERA

      El golpe de Estado de Guadalupe Limón, de Gonzalo Torrente Ballester, Barcelona, Plaza & Janés, 1985.    

       
  LA ERÓTICA DEL PODER    

     “Pensaba que había salvado a la nación de la guerra civil y que era el hombre más poderoso del país y uno de los más poderosos del mundo; y, pese a ello, estaba a los pies de esta mujercita. Pensaba también que todo es vacío y desierto: tanto el poder como el amor; y, sin embargo, ambos son tan dulces e irresistibles…"    
                          Alberto Moravia, La mascarada [Salvat, 1971, p. 114]
                         
   En La mascarada, tragicomedia grotesca  de 1941 del italiano Alberto Moravia [cito por Salvat, Estella, 1971], Tereso Arango —“Tras casi diez años de furiosa guerra civil, aquella nación de ultramar, diezmada, arruinada, exhausta, confió su suerte al general Tereso Arango”, p. 7—,  tirano de una república hispanoamericana— “el monumento ecuestre a Simón Bolívar” (p. 16), “ante el ceño de los conquistadores españoles”  (p. 130)—, se convierte en el objeto de deseo de las intrigas de dos mujeres, la aristócrata criolla —“duquesa Gorina, la más ilustre, rica y hospitalaria aristócrata del país”, p. 7— y la bella marquesa advenediza —“Fausta Sánchez, una jovencísima viuda, de las más bellas de la buena sociedad”, p. 8 —, cuyo intento de poner al gran prócer al servicio de sus intereses acarreará, en el baile de disfraces final de esta comedia bufa, un desenlace trágico en el que justicia poética pondrá en evidencia, al caer las máscaras, las miserias humanas mediante la sátira del engaño en una sociedad que no es sino pura mascarada.

TOQUE DE GENERALA

   Pues bien, El golpe de Estado de Guadalupe Limón (1946), aquella segunda novela de Gonzalo Torrente Ballester, pareciera seguir la misma receta que La mascarada —en la Italia fascista de la II Guerra Mundial; y aquella, en la España del nacional-católica—, trasponiendo ambas la dictadura a un topos hispanoamericano, golpista por Excelencia.

    La rivalidad de dos cortesanas —la criolla Guadalupe Limón vs. la mestiza Rosalía Prados— por los favores del varonil espadón de turno —el general Clavijo: “Clavijo es inmortal”, p. 222—, en una república bananera deslocalizada pero escorada hacia el Río de la Plata —“sublevar al gauchaje”, p. 117—, ma non troppo —“siempre lejos de aquí, naturalmente: a Nueva York o a Buenos Aires” (p. 215); con “el féretro, cubierto con la bandera celeste, donde un cóndor andino se cierne sobre las estrellas”, p. 282—, desata “el golpe de Estado de Guadalupe Limón” contra el general Lizárraga, el ejecutor de la muerte de Clavijo al servicio de la despechada Rosalía, su mujer y rival de Guadalupe,  y dirigido por el capitán Mendoza, que triunfa sobre Lizárraga y Sra.—“[…] para que su mujer, desde detrás de la cortina, pudiera intervenir en las decisiones gubernamentales”, p. 197—, aunque Guadalupe Limón habrá de pagar con la vida esa rivalidad femenina.

   Si bien es verdad que ambas novelas parecen seguir la misma falsilla del subgénero folletinesco, no es menos cierto que hay entre ambas ciertas diferencias significativas. Así, donde Moravia muñe un enredo político con vodevil sentimental —“Dentro de la conjura política, una conjura de amor”, p. 49—, Torrente crea un divertimento galante que mueve los hilos de la conspiración golpista; donde el italiano hace una farsa, entre lo ridículo y lo patético, una mojiganga o una mascarada, el autor gallego orquesta un melodrama de opereta, un espectáculo de títeres con personajes planos —intrigantes de alcoba, conspiradores de salón— al final del cual no queda títere con cabeza; y mientras el factótum de la acción son las alcantarillas policiales en la Mascarada, las Parcas que cortan los hilos del texto, en El golpe, son unas mujeres de rompe y rasga, y en especial Guadalupe Limón, una golpista con su toque de generala —“¿El haber sido amante de Clavijo se lo confiere? –No. Pero es muy natural  que participe en la conspiración quien la ha organizado”, p. 218—, quienes hacen de los militarotes meros dominguillos de sus amantes regentes —“Todo es una maquinación diabólica de Rosalía. […] los cambios del general Lizárraga al dictado de Rosalía” (p .218), “la señora generala” (p. 222)—, en un tablero de damas que hace creer a los hombres de armas estar disputando una partida de ajedrez cuando,  de facto, tan solo juegan a los dados con el pueblo —“La revolución se resolvió fácilmente. El pueblo creyó en ella porque necesitaba creer”, p. 282—.

UNA TIRANA DE BANDERA

      “De Guadalupe Limón, novela de trópicos y tiranos, publicada en 1946, desvelaría su autor mucho más tarde, en 1985, que se trataba de una novela en clave que tiene por protagonista en el papel de dictador sudamericano a Franco y a José Antonio como una mitificación.”
         Andrés Trapiello, Las armas y las letras [Austral, 2010, p. 595]

   Folletín o culebrón—anaconda, más bien— en torno a la erótica del poder, de carácter    netamente grotesco, que ya apuntaba en La mascarada —“un gran espejo en cuyas tres lunas se reflejaban, como en un tríptico grotesco, tres diferentes imágenes, de frente, de perfil izquierdo y de perfil derecho, de su figura baja y contrahecha”; o “le ofrecía esta túmida y repugnante caricatura de la pasión amorosa”, p. 13—  y se adueña de El golpe  de Estado de Limón: “le permitía representar sin riesgos el/ tercer acto de un melodrama de gran aparato y vocerío, acompañándose de gestos de fantoche” (pp. 264-265); ítem, “Entonces comprendí que Clavijo iba a la muerte voluntariamente, y que la conjuración, de que tanto se alaban sus vencedores, no fue más que un tingladillo provocado por él, en que todos fueron muñecos movidos a su capricho” (p. 140);  o “Y de que el entorno es falso y los hombres y las mujeres muñecos animados/ por una voluntad  juguetona e implacable” (pp. 137-138). Pero no esperpento valle-inclanesco, ni Tirano Banderas.
   Y, en efecto, en su “Prólogo en 1985”, Torrente Ballester daba la réplica al comisario literario Rodríguez Puértolas, quien dos años antes en su Historia social de la literatura española (III) [ed.  Castalia, 1983, p. 99], despachaba así la novela: “En 1946 Torrente Ballester publica El golpe de Estado de Guadalupe Limón, en curioso giro temático que nos lleva al mundo irónico del Valle-Inclán de Tirano Banderas. Puede apreciarse ya aquí un cierto escepticismo político por parte del viejo y exaltado militante falangista […]”: “No hace mucho tiempo que, en una de las Historias de la Literatura que andan por ahí sueltas, se repetía la especie [“si no un plagio, al menos una imitación menor de Tirano Banderas: novela, como ésta, de caudillo o dictador americano”]: “el que sepa leer difícilmente hallará en esta novela nada que tenga que ver con el tirano Rosas, con el tirano Francia o con el Compadre Pancho” (p. 10). Su clave la resumía A. Trapiello, en la cita de Las armas y las letras, 25 años —de “paz, justicia y libertad”— después.

   “Primo de Rivera muerto fue la figura que se levantó contra la prepotencia del general vivo” (p. 11). “Es también muy notable el que, en el mito de José Antonio, abunden los elementos eróticos, aunque no expresos, de los que carece en absoluto el del general Franco” (p. 12). “¿El mito de un hombre muerto es capaz de conducir una revolución al triunfo?  ¿El mito de un hombre vivo puede vencer al que lo engendró y lo soporta? (p. 13), se preguntaba Torrente en su “Prólogo” a El golpe de Estado de Guadalupe Limón.

LA MASCARADA DE GUADALUPE LIMÓN

      “Si a veces ÉL me mira sucede entonces que mi cama se levanta y boga al capricho de los remolinos, y YO acostado en ella viéndolo todo desde muy alto o desde muy abajo, hasta que todo desaparece en el mundo, en el lugar de la ausencia. Sólo ÉL permanece sin perder un ápice de su forma, de su dimensión; más vale creciendo-acreciéndose de sí mismo.”
                            Augusto Roa Bastos, Yo, el Supremo [Bogotá, La oveja negra, 1985, p. 48]
                                                                                                                                                                        
   Pues bien. Si el autor no sólo desplaza la acción a un espacio transoceánico, sino que además retrotrae la acción de su novela histórica a comienzos del pasado siglo XIX, es legítimo, haciendo una trasposición alegórica, que en la adjudicación de contrafiguras históricas, tal como insinúa el propio autor en el solucionario de sus claves de lectura —y pese a la reinvención de lo real consustancial a la fabulación—, el mito de Clavijo encarne al Ausente —“Clavijo era grande, mucho más de lo que el vulgo supone. […] Fue menester su muerte para que empecemos a comprender”, p. 138—, el generalísimo Lizárraga, a Franco —“Hay cartas de su mujer en que se le retrata como un pelele”, p. 224—, y el golpe de Estado de Guadalupe Limón —su última amante—, la Revolución pendiente, la nacional-sindicalista, en el caso particular de Torrente —“Pero Uriarte [el banquero] tenía un sentido capitalista de la oratoria”, p. 115—. Y si esa es la solución, entonces ¿Mendoza? ¿Quién puede ser ese personaje, el único redondo, con evolución psicológica a lo largo de todo El golpe de Estado de Guadalupe Limón?  ¿Quién, ese oficial leal a la Idea —“¡He ahí nuestra equivocación: habernos fiado de los hombres, cuando deberíamos fiarnos de las ideas!”, p. 110— que se pondrá, al fin, al servicio del Hombre —“En el lugar donde nosotros ponemos las ideas, ella, […] pone nombres de personas. Exactamente lo que usted comienza a hacer. […] -Yo sustituyo simplemente un deber por otro”, p. 21— para acabar a los pies de una Mujer —“Ahora será usted el jefe de todos. […] -No lo quiero. Hice la revolución solamente para salvarla”, p. 279—?

   Simple regla de tres: Clavijo es a Primo de Rivera como Mendoza es a X. Algoritmo: Mendoza por Primo de Rivera Partido por Clavijo: el Jefe Nacional del Movimiento. Y la incógnita del millón: ¿esa Guadalupe Limón? “Las mujeres que habían sido novias, amigas o simples aventuras de un día, de Primo de Rivera, pasaban como revestidas de un aura fascinante” (Torrente Ballester, “Prólogo en 1985”, p. 12). Cherchez la femme!

   Novela de dictador, pues, escrita al dictado del Ausente en una “escuadra silenciosa” —parafraseando la barricada silenciosa del paseo de (Jordi) Gracia—, por un falangista medroso, como tantos y tantos otros conmilitones —Sánchez Mazas o Cunqueiro, sin ir más lejos— que a través de una desbocada fantasía, añoran melancólicos o ridiculizan el heroísmo en un franquismo que no era sino caricatura grotesca de caballeros imperiales y, 40 años después, corregidor, realiza la corrección política de la lectura de su novela.


El golpe de estado de Guadalupe Limón

 

 

 

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